domingo, 3 de agosto de 2008

Un miembro del IPCC destapa la "gran mentira" del cambio climático

Los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU sobre el calentamiento global son, en realidad, una “gran mentira”. Una "estafa". Es “falso” que el CO2 aumente las temperaturas del planeta. Los miembros del IPCC actúan bajo premisas “corruptas”. Un miembro del IPCC, Vincent Gray, denuncia en un informe que los datos científicos son manipulados. De hecho, los informes son modificados para eliminar cualquier evidencia de que el calentamiento se debe a procesos naturales.

LD (M. Llamas) El prestigioso documental de Al Gore sobre el supuesto cambio climático que sufre el planeta, titulado Una Verdad Incómoda, podría servir perfectamente para describir los entresijos de corruptelas y falsedades científicas que subyacen en el seno del IPCC.
El Panel Intergubernamental constituye el principal grupo de expertos que, bajo el paraguas de la ONU, desarrolla los informes climáticos que sirven de referencia a administraciones públicas y grupos ecologistas para mantener, ante la opinión pública internacional, que el mundo se enfrenta a un calentamiento global de dimensiones catastróficas debido a la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Y ello, cómo no, por culpa del ser humano y del desarrollo económico.
Sin embargo, el origen antropogénico (es decir, causado por el hombre) del cambio climático no sólo es puesto en duda por un pequeño e irrelevante número de pseudocientíficos escépticos, que actuán bajo la tutela y servidumbre de las grandes petroleras, tal y como suelen argumentar los defensores del calentamiento global.
El número de expertos y climatólogos que cuestiona la validez de dicha teoría es cada vez mayor. De hecho, incluso alguno de los miembros que han formado parte del prestigioso IPCC (ganador del premio Nobel de la Paz en 2007) denuncia que el trabajo del IPCC es “esencialmente corrupto” abogando, incluso, por su “abolición” o, al menos, “reforma en profundidad”.
Teoría "falsa" sobre el CO2
El autor de estas afirmaciones es el prestigioso climatólogo neozelandés Vincent Gray que, desde 1990, ha trabajado en el seno del IPCC, por lo que conoce perfectamente su funcionamiento interno. Así, en un reciente documento hecho público el pasado 11 de julio, Gray desgrana los grandes mitos y “mentiras” presentes en el afamado trabajo de este supuesto panel internacional de expertos en materia de cambio climático.
El citado documento (ver adjunto), bajo el título de IPCC: Sesgando el Clima, no tiene desperdicio. Su inicio es, ya de por sí, demoledor al afirmar lo siguiente: “He sido un Experto Evaluador del IPCC desde su primer gran informe en 1990. El IPCC se ha distinguido por proporcionar pruebas de que el clima de la Tierra ha sido dañado por los cambios que han originado las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero”.
Sin embargo, esta afirmación es “falsa”. La realidad y evidencias científicas han sido “distorsionadas e hiladas para apoyar una campaña mundial”, con el objetivo de “limitar las emisiones de ciertos gases de efecto invernadero que carece de base científica”, según dicho informe, recogido en el blog desdeelexilio.
Manipulación de datos
En esencia, Gray denuncia que este grupo de expertos carece de independencia. El Panel está formado por funcionarios y burócratas, así como por científicos que son seleccionados por los propios gobiernos en función de su posicionamiento favorable a la tesis del calentamiento global.
De hecho, tal y como explica el documento, dicha teoría se ha intentado promover “sin éxito” en, al menos, dos ocasiones anteriores a lo largo del último siglo: “La primera fue realizada por el químico sueco Svante Arrhenius en 1895”. Si embargo, no cuajó, ya que la temperatura de la Tierra se enfrió posteriormente durante 15 años consecutivos, y luego el planeta se vio envuelto en dos guerras mundiales y una grave crisis económica.
El segundo intento, también fallido, fue llevado a cabo por Guy Stewart Callendar, que revisó esta teoría en 1938. Pero, una vez más, la temperatura se enfrió a lo largo de casi cuatro décadas. “Después de esto, los ciclos naturales del planeta comenzaron a elevar las temperaturas”, algo que fue aprovechado por los ambientalistas para revivir la tesis del efecto invernadero. La idea cuajó, finalmente, en la conferencia de la ONU sobre el Clima celebrada en Río de Janeiro (Brasil) en 1992.
Restricciones económicas
El objetivo de dicha cumbre internacional, según Gray era claro: “Convertir la teoría del cambio climático en un arma para emprender una campaña destinada a empobrecer el mundo”. Y es que, los sucesivos informes del IPCC (existen cuatro hasta el momento) han sido empleados con el fin de implementar “crecientes restricciones a la actividad económica”, advierte el climatólogo.
El IPCC fue creado con el fin de acumular “pruebas” de que el “mundo” está sufriendo un “calentamiento global” como consecuencia del aumento del CO2 en la atmósfera. Sin embargo, “nunca ha existido la intención de proporcionar un planteamiento equilibrado e imparcial, así como una evaluación científica sobre el clima”. Desde el inicio de sus trabajos siempre “ha habido científicos que han mostrado su desacuerdo” con la tesis de que los GEI son “perjudiciales”, pero sus opiniones “no se han incluido en los informes del IPCC” bajo la excusa de alcanzar el “mayor consenso posible”, añade Gray.
Además, los informes del IPCC contienen una cláusula de exención de responsabilidad, que reza lo siguiente: El término “cambio climático” por parte del IPCC se refiere “a cualquier cambio que registre el clima del planeta en el tiempo, ya sea debido a causas naturales o como resultado de la actividad humana”. Sin embargo, tan sólo los gases de efecto invernadero (GEI) están autorizados a “cambiar el clima”, indica Gray. Mientras, los procesos naturales son percibidos como meras “variables” que, en la práctica, carecen de relevancia científica.
La gran "estafa" climática
Por otra parte, el climatólogo advierte de que el “Resumen para los responsables políticos” sobre los informes del IPCC son elaborados respondiendo al interés de los “Gobiernos patrocinadores”. Por ello, es “elaborado principalmente por científicos que son seleccionados” por los Estados. Es decir, no son expertos independientes, tal y como arguyen los ecologistas y la mayoría de medios de comunicación.
En realidad, se trata de un “Resumen de políticas” aprobado por los responsables de formular esas mismas medidas. Las afirmaciones de Gray a este respecto son contundentes e, incluso, temibles: Los capítulos y contenidos de cada informe del IPCC se “organizan de tal modo que promuevan la idea de que el cambio climático es causado por el aumento de gases de efecto invernadero”. Así, según el miembro del Panel, las “observaciones sobre la evolución real del clima son, o bien ocultas, o bien suavizadas, filtradas...”.
De hecho, los datos científicos contradicen los modelos de predicción que contienen los diferentes informes, y por ello, han sido modificados u ocultados en los trabajos posteriores, según Gray. Así, los modelos climáticos que contenía el Primer Informe (1990) “exageraron las predicciones de temperatura actual”, advierte.
Exageraciones y falta de evidencias científicas
Es más. Los escenarios climáticos que elaboran los científicos “no son predicciones del futuro y no deben utilizarse como tales”, según advierten los propios documentos internos del Panel. Pese a ello, aunque los autores de los trabajos declaran insistentemente que dichas hipótesis no deben ser tomadas como previsiones, tales advertencias ha sido “sistemáticamente ignoradas por los políticos, los medios de comunicación y los gobiernos, sin una sola protesta oficial por parte de cualquier miembro del IPCC”, asegura Gray.
Además, el climatólogo denuncia que los métodos de “evaluación” climática (que no “validación”) que elabora el IPCC nos son comprobados científicamente. Y es que, “la mayoría de los expertos dependen financieramente de la aceptación de los modelos, por lo que sus opiniones se ven afectadas por un conflicto de intereses”, asegura.
Modificación de informes
En este sentido, desde 1995, el IPCC siempre hace “proyecciones”, nunca “predicciones”. Así, el propio Panel admite de algún modo que “sus modelos no son adecuados, en absoluto” para predecir el clima del futuro, advierte Gray.
Las afirmaciones de Gray no son meras opiniones. Así, el climatólogo demuestra que algunos de los borradores del IPCC han sido modificados parcialmente en la redacción final de los informes, eliminando aquellas conclusiones que cuestionaban el origen antropogénico del calentamiento global.
Algunos párrafos eliminados o modificados en la redacción definitiva del segundo informe del IPCC (1995) son elocuentes, tal y como expone el documento de Gray:
SECCIÓN 8.4.1.1
“No se excluye la posibilidad de que una parte significativa de la tendencia (calentamiento) se deba a factores naturales”. MODIFICADA
SECCIÓN 8.4.2.1
“Ninguno de los estudios antes citados han puesto de manifiesto una clara evidencia para que podamos atribuir los cambios observados (temperatura) a un incremento específico en la emisión de GEI”. ELIMINADA
SECCIÓN 8.6
“Finalmente, llegamos a la cuestión más difícil de todas: ¿Cuándo podemos atribuir de un modo inequívoco el cambio climático a causas antropogénicas (emisión de CO2)? [...] No es de sorprender que la mejor respuesta a esta pregunta sea No lo sabemos”. ELIMINADA
Intereses gubernamentales
De este modo, las opiniones contrarias a la tesis del CO2 como causante del calentamiento han sido “eliminadas”, tal y como demuestra Gray. Por último, el climatólogo pone en evidencia que el último informe del IPCC (2007), tanto el Resumen para políticos como el técnico, ha sido cocinado exclusivamente por los representantes afines a los gobiernos promotores de la tesis sobre el cambio climático.
La mayoría de sus conclusiones “no han sido aprobadas” por los científicos del Panel integrados en el Grupo de Trabajo I, asegura Gray. Todo ello constituye un gran “engaño”, por lo que este científico aboga por la “disolución” del IPCC o, al menos, por aplicar una profunda reforma en el seno de su funcionamiento.
Los estudios del IPCC ignoran quedurante los últimos 8 años no ha habido calentamiento global”. Con el paso de los años como miembro del Panel, Gray concluye que la recopilación de datos y métodos científicos han sido empleados de forma “iarracional” por esta entidad, en teoría, científica.
El IPCC desaparecerá
Por todo ello, “considero que el IPCC es fundamentalmente corrupto. La única reforma que podría contemplar, sería su abolición”. Sus trabajos y sucesivos informes se han manipulado para tratar de demostrar que las emisiones de CO2 están “dañando el clima”.
Gray concluye que “la desaparición del IPCC, por desgracia, no sólo es deseable sino inevitable". La razón es que el mundo se dará cuenta lentamente de que "sus predicciones no van a ocurrir. La ausencia de cualquier calentamiento global en los últimos ocho años tan sólo es el principio. Tarde o temprano todos se darán cuenta de que esta organización, y la teoría que existe tras ella, es falsa. Lamentablemente, su influencia provocará graves problemas económicos antes de que esto ocurra".

fuente

65 horas semanales y móviles explosivos

65 horas semanales y móviles explosivos
por Pascual Serrano


Mientras los ministros de Trabajo de la Unión Europea aprobaban la ampliación de la jornada laboral a 65 horas semanales, en la localidad donde vivo los vecinos distribuyen folletos advirtiendo del peligro de recoger teléfonos móviles abandonados porque pueden ocultar una bomba de ETA “con dinamita”.

Creo que esta escena ilustra mejor que ninguna otra la victoria del proyecto político y mediático que tenía como objetivo grabar en las mentes ciudadanas la psicosis terrorista y evitar cualquier crítica, reivindicación o ni siquiera el intento de comprender la realidad. Se desplazan de la mentalidad del individuo necesidades o deficiencias no resueltas, se aceptan limitaciones a la libertad en aras de la anhelada seguridad y se convierte al individuo en más conformista en la medida en que adopta la psicología de animal amenazado y atemorizado.

Somos muchos los que llevábamos tiempo advirtiendo que, independientemente de quien estuviera detrás de atentados terroristas o acciones armadas, el poder había encontrado el patrón psicológico perfecto que terminaría con ciudadanos pidiendo policías, guardias civiles, militares, vigilantes jurados, controles de carretera, de aeropuerto, en la recepción de los hoteles, en las grandes autopistas, en la carreteras comarcales, cámaras de vigilancia –sólo en el Reino Unido hay 4’2 millones de cámaras de circuito cerrado de televisión-, control de los correos electrónicos…

Hemos llegado a una sociedad que, obsesionada con asedios yihadistas, mafias procedentes de Europa del Este y nacionalismos desesperados, ve con tranquilidad tres guardias jurados en el control de equipajes de una estación de tren aunque no haya ningún operario que ayude a una anciana a subir al vagón. En el supermercado no nos importa que falten cajeras –o cajeros- mientras comprobemos que existan vigilantes a la salida que garanticen nuestra seguridad.

El pasado mes participé el día de San Isidro en una especie de romería popular de un pueblo de Castilla donde todos los vecinos de una localidad de mil habitantes pasaban el día en el campo. La ambulancia de la Cruz Roja estuvo presente para atender cualquier necesidad apenas unas horas, pero durante toda la jornada hubo tres vehículos de la Guardia Civil. La ambulancia, además, debe ser pagada por el Ayuntamiento y se nutre de profesionales voluntarios mientras que la Guardia Civil, como todos sabemos, forma parte de la plantilla del ministerio de Defensa. La sensación de terror creada, paradójicamente, por las políticas antiterroristas ha provocado que la ciudadanía pida y pida presencia de fuerzas de seguridad sin pensar si sus necesidades son otras. Los poderes públicos lo saben y optan por aparentar políticas eficaces con medidas y agentes del orden innecesarios. De ahí que con toda seguridad los vecinos protestarían más por el cierre de un cuartel de la Guardia Civil que por un ambulatorio. La humillación de la incautación de mi espuma de afeitar o una pequeña botella de agua mineral antes de subir a un avión no solamente no indigna, sino que crea la sensación de que nos están protegiendo nada menos que del viajero que se sienta al lado. El prójimo se ha convertido en un peligro que los cuerpos de seguridad neutralizan mediante la incautación de su botella de agua mineral. Sería una locura pretender unirme a él para protestar contra el aumento de la jornada laboral si hasta pido que lo “desarmen” para que me acompañe en el avión.

Si la psicosis terrorista permitió en Estados Unidos que el resultado de las elecciones presidenciales de 2001 fuese un tema menor comparado con la cruzada contra el terror en la que estaban inmersos, ¿cómo no va dejar a un lado en Europa algo tan irrelevante como el número de horas a trabajar cada semana, para centrarnos en la vigilancia de teléfonos móviles itinerantes que se emboscan a la espera de incautos a los que explotarles mediante la carga de dinamita que portan? Atrás queda la regulación de la Conferencia General de la OIT en Washington de octubre de 1919 que estableció el convenio por el que se limitaban las horas de trabajo a ocho diarias y cuarenta y ocho semanales. Hay que modernizarse.

Naomi Klein en su magnífico libro La doctrina del shock, ya explica cómo ha llegado a la conclusión de que la paz ha dejado de ser pretendida por los gobernantes y los grandes grupos empresariales. La situación de que no podía haber prosperidad económica en medio de la violencia y la inestabilidad ha quedado atrás. El psicópata modelo económico al que nos hemos abocado ha desarrollado toda una infraestructura de negocio en torno al terror y la inseguridad. No sólo se trata del tradicional beneficio de los fabricantes de armas, hablamos de enormes ganancias para el sector de seguridad de alta tecnología, aseguradoras que se lucran del miedo, servicios de vigilancia hasta el infinito. Si el índice Dow Jones bajó en 2001 tras los atentados del 11-S, el Nasdaq subió siete puntos tras las bombas en el metro de Londres. Además el terror paraliza reivindicaciones laborales, desplaza los controles sobre los gobiernos y multinacionales e inhibe propuestas ciudadanas de regeneración democrática. En este momento el fin de la amenaza terrorista y la estabilidad mundial sería un desastre económico y político para gran parte de consorcios y gobiernos.

La expresión reaccionaria de que no es bueno cambiar de caballo cuando se está cruzando el río se ha vuelto más eficaz que nunca en la actual situación de psicosis mundial. Cómo vamos a movilizarnos contra el aumento de la jornada laboral si estamos a punto de morir por la onda expansiva de un móvil que han dejado Bin Laden y la guerrilla colombiana de Tirofijo con el asesoramiento de ETA.

The New York Times: Cómo hacer respetable el exterminio nuclear

Rebelion. The New York Times: Cómo hacer respetable el exterminio nuclear
James Petras
Rebelión

Traducido para Rebelión por Chelo Ramos


El 18 de julio de 2008, The New York Times publicó un artículo del historiador judío israelí Benny Morris. En ese artículo, el profesor Morris se pronuncia a favor de que Israel lance un ataque nuclear genocida contra Irán en el que podrían morir 70 millones de iraníes, doce veces más que las víctimas judías en el holocausto nazi. Según Morris, los líderes iraníes deberían pensar bien lo que está en juego y suspender su programa nuclear, pues de lo contrario, lo mejor que podría pasarles es que las fuerzas aéreas convencionales de Israel destruyan sus instalaciones nucleares. Claro está, esto significaría miles de víctimas iraníes y la humillación internacional del país, pero la alternativa es un Irán convertido en un desierto nuclear.

Morris actúa frecuentemente como conferencista y consultor del estamento político y militar israelí y disfruta de acceso especial a los planificadores de la estrategia militar israelí. No es ningún secreto que Morris ha defendido y apoyado públicamente la expulsión masiva y brutal de todos los palestinos. Su visión genocida, sin embargo, no ha impedido que reciba numerosos reconocimientos académicos. Los principales periódicos y revistas científicas de Israel publican sus escritos y opiniones. Como deja claro la publicación de su más reciente artículo de opinión en The New York Times, sus puntos de vista no son los delirios de un psicópata marginal.

¿Qué nos dice acerca de la política y la cultura de USA el hecho de que The New York Times publique un artículo que pide la incineración nuclear de 70 millones de iraníes y la contaminación de una buena parte de los cien mil millones de habitantes de Oriente Próximo, Asia y Europa? Porque se trata de The New York Times, un periódico que a través de sus suplementos dominicales, páginas editoriales y páginas literarias, informa a las “clases educadas” de USA y actúa como “conciencia moral” de importantes sectores de su élite cultural, económica y política.

The New York Times otorga una cierta respetabilidad al asesinato masivo, algo que las opiniones de Morris no tendrían si fuesen publicadas, por ejemplo, en una publicación neoconservadora semanal o mensual. El hecho de que The New York Times considere que el posible exterminio de millones de iraníes por Israel es parte del debate público sobre Oriente Próximo, revela el grado en el cual el “sionifascismo” ha infectado los “más elevados” círculos culturales y periodísticos de USA. En realidad, esto no es sino la consecuencia lógica del apoyo público que The New York Times ha otorgado al bloqueo económico que Israel ha impuesto a Gaza para matar de hambre a 1,4 millones de palestinos, de su ocultamiento de la influencia que el sionista AIPAC (American Israel Public Affairs Committee - Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel) ha tenido en la invasión de Iraq por USA, cuyo resultado es el asesinato de más de un millón de iraquíes.

El Times da la pauta a todo el sector cultural de Nueva York, el cual privilegia los intereses de Israel hasta el punto de asimilar al discurso político de USA no sólo sus violaciones rutinarias de la ley internacional, sino sus amenazas, más bien promesas, de arrasar vastas áreas de la tierra para lograr la supremacía regional. El hecho de que The New York Times esté dispuesto a publicar a un defensor del genocidio-etnocidio israelí nos revela cuán fuertes son los lazos entre una publicación pro israelí que supuestamente pertenece al “orden establecido liberal” y la derecha totalitaria de Israel. Es como decir que para el orden establecido “liberal” pro israelí los nazis no judíos son execrables, pero en cambio las opiniones y políticas de los judeo-fascistas deben ser objeto de estudio y, posiblemente, puestas en práctica.

El artículo de Morris sobre la “exterminación nuclear” publicado en The New York Times no provocó ningún comentario adverso de los 52 presidentes de las Principales Asociaciones Judías de USA (PMAJO), en cuyo boletín diario, Daily Alert, han publicado frecuentemente artículos de sionistas de USA e Israel que defienden el ataque nuclear de Irán por Israel o USA. En otras palabras, las opiniones totalitarias de Morris son parte de la matriz cultural enterrada en lo más profundo de las redes de organizaciones sionistas y tienen amplio “alcance” en los círculos culturales y políticos de USA. Al publicar la locura de Morris, el Times ha sacado el discurso genocida de los limitados círculos de influencia sionista para llevarlo al seno de la opinión pública de USA, a millones de lectores de ese país.

Salvo por un puñado de escritores (gentiles y judíos) que publican en sitios web marginales, ningún miembro del mundo literario, político o periodístico ha condenado moral o políticamente esta afrenta a nuestra humanidad. Nadie ha hecho la conexión entre las políticas totalitaristas y genocidas de Morris y las amenazas oficiales y públicas de Israel y los preparativos para una guerra nuclear. Ninguno de nuestros intelectuales más influyentes se ha puesto al frente de una campaña antinuclear para repudiar al estado (Israel) y a los intelectuales que preparan una guerra nuclear cuyo resultado sería el exterminio de diez veces más seres humanos que los judíos asesinados por los nazis.

La incineración nuclear de la nación iraní es la contraparte israelí a las cámaras de gas y los hornos de Hitler, pero mejorada y aumentada. El exterminio es la última etapa del sionismo, permeado por una doctrina según la cual, si no pueden regir los destinos de Oriente Próximo, entonces destruirán el aire y la tierra del mundo. Ese es el mensaje explícito de Benny Morris (y de sus patrocinantes israelíes oficiales), quien, como Hitler, da un ultimátum a los iraníes, “ríndanse o serán destruidos” y amenaza a USA, únanse a nosotros en el bombardeo de Irán o enfrenten una catástrofe ecológica y económica mundial.

No hay duda alguna de que Morris está total, profunda y clínicamente loco. Tampoco hay duda de que, al publicar sus delirios genocidas, The New York Times da nuevas muestras de la forma en que el poder y el dinero han contribuido a la degeneración de la vida intelectual y cultural judía en USA. Para comprender las dimensiones de esta descomposición sólo tenemos que comparar la desesperada huida del terror nazi del brillante escritor judío alemán, el trágico-romántico Walter Benjamin, con el apoyo criminal al terror nuclear sionista del escritor judío israelí Benny Morris publicado en The New York Times.

EL tema del poder sionista en USA no se refiere sólo a un “lobby” que influye en las decisiones que toman el Congreso y la Casa Blanca sobre la ayuda exterior a Israel. Lo que está en juego hoy en día son los temas relacionados con el apoyo a una guerra nuclear en la que 70 millones de iraníes pueden ser exterminados y la complicidad de los medios de comunicación de USA que proporcionan una plataforma e, incluso, una cierta respetabilidad política al asesinato masivo y a la contaminación del planeta. Contrariamente a los nazis en el pasado, no podemos excusarnos, como hicieron los buenos alemanes, diciendo que “no sabíamos” o que “no fuimos informados”, porque ha sido escrito por un eminente académico israelí y publicado en The New York Times.